Hoy escribo para hablar
de música, pero no para hablar de una agrupación musical o de un artista,
tampoco para hablar de un concierto, de un festival o de la escena del rock
local.
Hoy escribo con
tristeza porque una vez más los sonidos sórdidos y pesados de la violencia
suenan más fuerte que los sonidos de la vida.
La noticia con la que
me desperté ayer fue con la muerte de un joven artista de Medellín, un pelado
de esos que había descubierto en la música la alegría de la vida, un pelado que
se convirtió en un número más manchado de sangre en las listas de violencia
crecientes de nuestra Medellín.
En los últimos días en
redes sociales, noticieros y conversaciones, es usual escuchar, leer y hablar
de alguien que fue víctima de un robo, de un homicidio o de un delito; y se nos
está haciendo tan usual, que lo olvidamos rápido. ¿Será que nos acostumbramos a
nuestro pasado violento y lo convertimos en un presente? Un presente que
pretendemos esconder entre grandes eventos, un presente que olvidamos en
diciembre y en feria de flores, un presente que desaparece con el concierto de
Madonna o el de Beyoncé?
Ya no sé si la música
que creí escuchar en mi infancia y en mi juventud es solo un sonido que esconde la violencia y la
indiferencia de mi ciudad, ya no sé si las guitarras, bajos y baterías son una
representación de la alegría de la vida o son la forma de esconder los sonidos
de las balas, los gritos y el eco de los carro bombas de nuestra historia narcotraficante.
No sé que me da más
tristeza, si que los sonidos de la violencia sean más fuertes que los sonidos
de la vida, o que los sonidos de la vida no puedan penetrar las barreras de
nuestros oídos sordos, llenos de indiferencia y de miedo.
No me gusta la música
de la guerra, no me gusta la música del miedo, no me gusta el silencio, ni la
indiferencia.
No quiero seguir escuchando
que los bellos sonidos de la vida siguen siendo apagados por los desgarradores
gritos de la violencia, No quiero seguir quedándome callado mientras la música
que amo está siendo silenciada.
Que nuestras canciones,
festivales, conciertos, blogs, redes sociales sean nuestra forma de decir que
no nos quedamos callados y se conviertan en actos que retumben más fuerte que cualquier
sinfonía o punteo y trasciendan las barreras del miedo, el silencio y la
indiferencia, para que nuestra música no siga siendo silenciada.