.

.

La legítima defensa

Se cuenta que un joven abogado abrió su ofcina en un pueblo y el mismo día de la pertura apareció el primer cliente. Un viejecito de carriel y ruana, bajito y muy limpiecito.

-Doctor, yo necesito sus servicios profesionales.

- Hombre de Dios , siéntese fúmese un cigarrillo y cuénteme.

-Pues verá, doctor. Fue que yo maté aun tipo...

-Tranquilo, tranquilo que hay cosas peores. Cuénteme más.

- Pues verá, doctor, era un mal vecino que yo odiaba mucho, y entonces me conseguí una escopeta italiana de dos cañones, durante varios meses lo estuve atisbando, me dio tiro y lo maté.

-Bueno, eso ya complica un poco el asunto: premeditación, alevosía, eso nos da unos agravantes...

-Doctor, como yo lo odiaba tanto, me fui a su casa, le quemé la casa, le maté los marranos, le hice todos los daños que pude.

- Hombre eso nos complica más el caso: incendio, daño en cosa ajena, sevicia, esto lo veo muy grave, muy grave...

- Doctor, para terminar quiero cntarle que yo tenía un atireeita y la vendí para pagarle sus servicios.

- Qué bien hombre. ¿Y cuánto le dieron por la finca?

-Quinientos millones

- ¿Y dónde los tiene?

-Aquí en el carriel, doctor.

En ese momento el joven abogado abrazó al viejito, exclamando:

-¡Queda configurada la legítima defensa!


Nota: este es un fragmento de un libro de anécdotas juridicas del cual desconozco el autor, y que llegó a mis manos gracias a una colega.

0 comentarios:

Publicar un comentario